Bailarina en verde de Edgar Degas.

En el ballet, en los bastidores y aulas del magnífico Palais Garnier, Edgar Degas encontró un mundo que despertaba tanto su gusto por la belleza clásica como su ojo para el realismo moderno. Aunque no pintó muchas representaciones teatrales, su interés se encontraba entre bastidores, ya que registraba el lado oculto del brillo y el glamour, en el que algunas de las muchachas más pobres de la ciudad se esforzaban por ser las mejores bailarinas posibles sobre el escenario.

Los impresionistas pintaron las realidades del mundo que los rodeaba utilizando colores brillantes y "deslumbrantes", concentrándose principalmente en los efectos de la luz y esperando infundir inmediatez a sus escenas. Querían expresar su experiencia visual en ese momento exacto. A pesar de que su obra encajaba con los ideales impresionistas, Degas rechazó la etiqueta de "impresionista", en contra de la línea de sus contemporáneos que estudiaban principalmente paisajes y pintaban al aire libre. En su esfuerzo por capturar el movimiento humano en su arte, el propio Degas explicó: "Ningún arte fue menos espontáneo que el mío. Lo que hago es el resultado de la reflexión y del estudio de los grandes maestros; de la inspiración, la espontaneidad, el temperamento, no sé nada". No obstante, se le describe con más precisión como impresionista que como miembro de cualquier otro movimiento. Sus escenas de la vida parisina, sus composiciones descentradas, sus experimentos con el color y la forma y su amistad con varios artistas impresionistas clave lo relacionan íntimamente con el movimiento impresionista. Sus peculiares composiciones recuerdan a la fotografía, una tecnología que estaba ganando popularidad en esa época y que estaba cambiando de manera importante la forma de pensar sobre el arte.