Cataratas del Niágara por Frederic Edwin Church.

Frederic Edwin Church fue un pintor paisajista estadounidense nacido en Hartford, Connecticut. Fue una figura central de la Escuela del río Hudson de pintores paisajistas estadounidenses, más conocido por pintar grandes paisajes, a menudo representando montañas, cascadas y puestas de sol.

Niágara fue su obra más importante hasta la fecha y confirmó su reputación como el principal pintor de paisajes estadounidense de la época. En su historia de las cataratas del Niágara, Pierre Berton escribe: «De los cientos de cuadros que se hicieron de las cataratas, antes de Church y después de él, éste es, por consenso general, el más grande». Las cataratas se pintaban con frecuencia, ya que eran una atracción tal para los artistas paisajistas que, escribe John Howat, eran «el tema más popular, el más tratado y el más trivial de los que aparecen en la pintura de paisajes europeos y estadounidenses de los siglos XVIII y XIX». Además, el público estaba cautivado por la maravilla natural de las cataratas, consideradas un hito del paisaje norteamericano y un importante destino turístico. En la década de 1850, las cataratas del Niágara fueron el tema de millones de estereografías y su imagen se podía encontrar en papel pintado, porcelana y pantallas de lámparas, entre otros artículos de consumo. Para los estadounidenses, las cataratas simbolizaban la grandeza y el expansionismo de los Estados Unidos.

Church estudió las cataratas del Niágara en profundidad hasta 1857, y realizó docenas de estudios a lápiz y óleo. Su última pintura es de las cataratas Horseshoe, la más grande y emblemática de las tres cataratas del Niágara. Su amplio estudio del agua le permitió representar la niebla y los arcoíris que se crean en su interior con un realismo y una belleza sorprendentes. La composición conduce la mirada lateralmente. Church lleva al espectador al borde de las cataratas, resaltando la impresionante caída pintando corrientes de agua y nieblas nubladas. El punto de observación era notablemente dramático y único en su época, sumergiendo al espectador directamente en la escena, como si estuviera en el aire o incluso en el agua, y resalta el peligro inminente de llegar al borde de la catarata.